sábado, 7 de febrero de 2009

El techo de la ballena


Por Jenny González Muñoz

Muchos movimientos artísticos son catalogados desde una óptica que obedece a ciertos preceptos que, a nuestra opinión, en ocasiones se autoreglamentan sobre las bases de la historia, la cronología e incluso de la temporalidad, obligando a
encasillar en un determinado ismo a una corriente por el sólo hecho de haberse desarrollado en una estipulada época o zona. Este es el caso de El Techo de la Ballena, movimiento cultural que muchos críticos han relacionado con el Vanguardismo, por el hecho de haberse desarrollado en los años sesenta, en un país latinoamericano. Desde nuestra perspectiva, el aporte y la concepción de El Techo de la Ballena, van más allá de un simple hecho artístico. Su visión protestataria y provocadora encara visos relacionados íntimamente con una mirada posmoderna, que si bien no se estaba dando en ese momento no anula su capacidad de traspasar los límites ante los que el mismo se negaba a permanecer. De allí nuestra interrogante: ¿Es que acaso el pertenecer a una época determinada puede encasillarnos en una sola manera de pensar?

El Techo de la Ballena: inicios y perspectivas

“¿Por qué la ballena? (…) Porque hubiera sido fácil elegir el caimán. O porque hubiera sido de señorit
as estetas elegir el hipocampo. Y también porque la ballena está en el medio de la bondad y el horror, sujeta a todas las solicitaciones del mundo y el cielo, con su vientre dignísimo que se ríe de Jonás y engulle un tanquero de petróleo, toda extendida de uno a otro extremo de la tierra, que casi es la tierra misma o es el pájaro minúsculo que picotea su diente careado en el cual nadan los peces. Esa amplitud notoria, ese deslizarse frenético, que nos permite negarnos en un comienzo a contestar, y concluir contestando, porque, a pesar del odio al inquisidor, teníamos suficientes respuestas para anular su deleznable pregunta. Ese empuje hacia lo desconocido que puede acrecentarnos la razón de vivir y contaminar los instrumentos de una substancia corrosiva que cambie la vida y transforme la sociedad”.

(GONZÁLEZ LEÓN, Adriano. Rayado sobre el Techo, nº 3. Caracas, agosto de 1964.)

El Techo de la Ballena es un movimiento fundamental para la vida cultural venezolana del siglo XX. En sus filas contó con escritores, artistas plásticos, fotógrafos, cineastas, etc., de la talla de: Carlos Contramaestre, Juan Calzadilla, Caupolicán Ovalles, Edmundo Aray, Francisco Pérez Perdomo, Efraín Hurtado, Salvador Gar
mendia, Adriano González León, José María Cruxent, Fernando Irazábal y Perán Erminy, entre otros. Se constituyó a comienzos del año 1961, siendo marzo el mes que marcó el inicio definitivo con la apertura de la exposición intitulada “Para restituir el Magma”, la cual se montó en el garage de una casa ubicada en la urbanización El Conde, en el centro de Caracas. En su primer manifiesto, Rayado sobre el Techo, nº 1, se dieron ciertas pautas y premisas acerca de la “ideología” del movimiento. Ya acotaban Carlos Contramaestre, Gonzalo Castellanos, Caupolicán Ovalles, Edmundo Aray, Juan Calzadilla y Salvador Garmendia, en “El gran Magma” (marzo de 1961):

“bajo toda estructura que pretende encerrar una dinámica
existe ya un germen de ruptura
tenemos menos capacidad para organizar esta es evidente que para vivir
vivir es urgente
de ahí que la ballena para vivir no necesita saber de Zoología (…)”

Ese “germen de ruptura” se traduce en la puesta en escena de elementos utilizados para llevar una propuesta que marcará un desajuste en cuanto a lo preestablecido, no solamente desde el punto de vista artístico, sino también en lo que atañe a lo social y político. Esa “organización” en aparente desorden es lo que permite a la ballena no encasillarse en un solo objetivo, o en una sola postura, pues no necesita de esos paradigmas para “vivir”, no precisa de sapiencia academicista para evolucionar.

Más adelante agregan:

“el techo de la ballena está fundado en la plena lucidez incontrolable
del orgasmo
que sólo los insomnios verifican
porque la ballena es el único prisma válido es el único prisma
que tiene su barbarie

pocas realidades son tan emocionantes como un nombre que
rompe todas las liturgias del lenguaje el techo de la ballena
es más que un nombre (…)”

(Rayado sobre el Techo, nº 1. Caracas, marzo de 1961.)

Busca la verificación de la realidad de la vida basándose en una lucidez aclaratoria, reiterativa, amenazante, que estalla de verdad, desde adentro, en lo más íntimo, lo más profundo, como un orgasmo. Ideas que llegan al orificio, al techo, y salen a la luz con una enorme violencia. Y allí está la presencia de un lenguaje tan gráfico como corporal. Tan exacto como equívoco. Tan fatal como risible. Tan vivo como putrefacto.

El Techo de la Ballena reunió elementos de ácido humor, crítica y opinión contestataria, literatura expresada en prosa, poesía sorpresiva y libre, fotografías de carácter, y en fin, una conjunción de elementos materiales e ideológicos que utilizó estéticamente con una finalidad bastante concreta, perfilada hacia una protesta social y política.

“es necesario restituir el magma
la materia en ebullición
la lujuria de la lava
colocar una tela al pie de un volcán
restitui
r el mundo
la lujuria de la lava
demostrar que la materia es más lúcida que el color
de esta manera lo amorfo
cercenado de la realidad todo lo superfluo que la impide trascenderse
supera la inmediatez de la materia como medio de expresión haciéndola
no instrumento ejecutor
pero sí médium actuante que se vuelve estallido
impacto (…)”

(Rayado sobre el Techo, nº 1. Caracas, marzo de 1961.)

El restablecimiento de la lava quemante que vomita el volcán, se hace imprescindible en la labor del artista que coloca su lienzo al pie del fluido para renovar la lacerante trascendencia de un mundo carcomido por la basura y la pudrición moral. Aclarar la realidad mediante el exterminio, la quema, el incendio. Colocar una bomba de tiempo en la cadena que aprisiona la materia, que la oscurece. Es la tarea.

La cohesión de El Techo estuvo sostenida por la coherencia de sus propuestas y los retos planteados en ellas, lo cual le dio gran libertad expresiva a sus integrantes, en la mayoría de las ocasiones rayando en la intransigencia y la irreverencia. A todo esto se le agregó la presencia de elementos dadaistas y surrealistas al ir en contra de muchas cosas establecidas, e implantar lo onírico, no sólo desde el punto de vista académico sino también aquellas relacionadas con los reglamentos sociales, la vida cotidiana, etc. En este sentido, la burla hacia aquello que pudiera ser demasiado literario era casi una constante, pues a los “balleneros” poco les importaba el esti
lo y lo retórico, haciendo, entonces, pleno uso de la libertad creadora construyendo una renovación del lenguaje, lo cual es una característica de la Posmodernidad.

La crítica social y política fue punto importante en el desarrollo de El Techo de la Ballena. A pesar de ser un movimiento que englobó la literatura, las artes visuales y las artes plásticas, como ya acotamos, fue en este último renglón donde tuvo mayor repercusión en el público. Sus exposiciones llenas de collages que iban más allá del mero material tangible, constituían una manera amplia y completa de expresar desacuerdos frente a un sistema represor el cual estos creadores no compartían. Esta forma de protesta sustentada en una calidad artística completamente plena de una creatividad avasallante que bien podía provocar una carcajada desde un humor cínico, o despedir un asco espantoso frente a huesos derruidos y carnes putrefactas, le dio a El Techo una de sus características más trascendente.

“Homenaje a la cursilería” (junio de 1961) y “Homenaje a la necrofilia” (noviembre de 1962) fueron muestras que marcaron una verdadera importancia en la expansión de los pensamientos de El Techo. La primera, según lo señalado por sus propios creadores, fue presentada como “un gesto de franca protesta ante la permanente indeclinable farsa cultural del país, o como decía Caupolicán Ovalles, “un testimonio sobre farsantes con aires de comprometidos y hacedores de cultura”, constituyó un primer intento para despertar un pensamiento crítico-práctico hacia la posición pequeño burguesa que se encontraba dominando el ámbito cultural venezolano, en todas sus manifestaciones. La segunda, fue una plausible provocación, sus bases construidas sobre la lava del escándalo generado, una inmejorable manera de dar a conocer pensamientos de protesta ante una sociedad que se estaba pudriendo tan visiblemente como aquellas vísceras que, carcominadas por las larvas, obligaron al Ministerio de Sanidad a clausurar la exposición. Respecto a ésta Ignacio Enrique Oberto (1997) extrae del texto de Salvador Garmendia:

“Huesos y vísceras de animales recién descuartizados cubrieron las paredes del garage que sirvió de escondite para la conservación del sacrificio. En una fotografía del catálogo rotulada como El artista en su taller, aparecería Contramaestre en el momento de elegir cuidadosamente las piezas de su trabajo, inclinado sobre un satánico mesón de matadero público. Contramaestre proponía más que un ademán iracundo y exhibicionista, una respuesta cargada de sangrienta ironía al muy real y cotidiano ejercicio de represión y brutalidad armada, que la policía del régimen ejercía descaradamente en las calles”.

Espíritu contestatario. Ya no “el arte por el arte”, sino una resonancia estruendosa. Asumir una posición diferente ante lo que estaba sucediendo en el país. Porque se hace imposible desvincularse de la realidad siendo artista. El entorno grita lapidariamente los sobresaltos de la tangibilidad. Es un tomar partida. Colocarse frente a frente, ante el final de la utopía. No se trata de resolver los problemas, sino de establecer estrategias para que no quede oculta la verdad, para que se levanten tempestades y tal vez, se llegue al final de la debacle.

En la imagen 1:
Rayado sobre el techo 3, Colection CINAP, Galería de Arte Nacional, Caracas.
En la imagen 2: Anónimo. Exposición tubular (6/12). Fotografía b/n sobre papel. Colección Zonia Asparren
De izquierda a derecha: Juan Calzadilla, Salvador Garmendia, Zonia Asparren M., José María Cruxent y Adriano González León, en 1963.
En la imagen 3: Cartel de Homenaje a la Necrofilia, de Carlos Contramaestre.

Extraído: http://encontrarte.aporrea.org/creadores/literatura/61/a13250.html

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